Ciudad Ojeda en tres tiempos
Por Edinson Martínez
“Cuando era feliz e indocumentado”
Gabriel García Márquez
Cuando me asomé a la puerta del avión, parado, mirando el paisaje por la escalerilla, ya mis pies no soportaban más, estaban tan hinchados que no pude evitar agacharme para desanudar las trenzas buscando alivio. Tenía entonces once años y regresaba medio muerto como de un largo destierro, pero contento de volver a mi ciudad aun cuando fuera por pocos días. Así, el sol enfurecido de Grano de Oro, pese a su implacable fuego, desde el poniente colérico, parecía saludarme jubiloso por aquello que únicamente a mí se me ocurría pensar: regresar a mi pueblo de cuatro calles.
La
noche anterior, con una fiebre que me hacía temblar hasta el pelo, la pasé
yendo y viniendo de la cama al retrete con una diarrea incontenible. Sentía que
me moría entonces, una sensación que a lo largo de la vida se puede llegar a
experimentar varias veces, como, en efecto, volvió a sucederme justo un día
como hoy, hace dos años, cuando el Covid19 casi me empuja al otro lado, como lo
hizo con mis suegros con un día de por medio, precisamente mientras desde mi
cama, con el pecho estrujado como si una camisa de fuerza lo encorsetara,
escuchaba detrás de la bombona de oxígeno a mi costado un coro de voces surgiendo
de la nada, como las de un disco corriendo a baja revoluciones.
Entre
aquel pueblo de pocas calles importantes y la ciudad que hoy nos acoge medía un
interesante recorrido, una historia de avances y retrocesos, como podría
suponerse ocurre con las personas y también con los pueblos, sin embargo, si
tuviéramos que hacer una disección –permítanme el término– histórica de Ciudad
Ojeda, tendríamos que destacar varios puntos de quiebre o hitos referenciales.
El primero de ellos se inicia con su fundación, naturalmente, mediante decreto
presidencial del 19 de enero de 1937. Con este acto administrativo, el estado
venezolano por primera vez, al menos en el siglo veinte, con base a sus
competencias legales, dispone la creación de una ciudad, estableciendo un
perímetro, un nombre, los fundamentos para tal iniciativa y finalmente una
inversión inicial.
Nuestra ciudad, fue creada para
albergar a los pobladores de Lagunillas de Agua, una previsión gubernamental
para solventar las dramáticas condiciones de vida de aquella población y
prevenir la ocurrencia de accidentes con pérdidas de vidas humanas. Sin embargo, por esas razones que sólo el
apego al corazón entiende, los pobladores de Lagunillas, se resistieron a mudarse
a un caserío sin futuro, apartado –así se percibía entonces–, y naturalmente
solitario que llevaría por nombre una tal Ciudad Ojeda. No es sino cuando ocurre
el pavoroso incendio del 13 de noviembre de 1939 cuando ya por razones de
emergencia se inicia el poblamiento de la nueva ciudad.
Aquellos
eran días de transición política en el país y también de una gran conflagración
en el resto del mundo. Eran los tiempos previos al inicio de la segunda guerra
mundial, el conflicto armado más grande en la historia de la humanidad…, pero
ustedes se preguntarán… ¿Y eso que tiene que ver con nosotros, con Ciudad
Ojeda?
Pues
bien, esta ciudad, a la que inicialmente nadie quiso mudarse bien porque no le
avizoraban futuro o por simple apego al pueblo de Lagunillas de Agua, además de
ser, como dije antes, el primer caso en que deliberadamente se funda una
ciudad, constituye también el primer caso en Venezuela en que se ejecuta un
trasvase masivo de una población a otro espacio territorial. El país ante la
demanda mundial de crudo consolida su posición como un proveedor confiable, con
un enorme potencial para incrementar progresivamente, como en efecto lo hizo,
su producción petrolera en la década de los cuarenta y subsiguientemente. El
epicentro de dicho ascenso estuvo en la costa oriental del lago de Maracaibo, y
en Ciudad Ojeda, la joven ciudad, proyectándose así con un rápido crecimiento
en todos los ámbitos.
Un
segundo punto referencial lo constituye su despegue propiamente dicho. Entre
las décadas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta se mudaron a ella gentes
de todas partes del país, principalmente orientales y andinos que consolidaron
con su permanencia la nueva ciudad. Del resto del mundo al calor de la febril
actividad petrolera de la zona, vinieron italianos, españoles y antillanos que
sembraron para siempre en nuestra tierra su cultura, su manera de ser y
costumbres, se amalgamaron a los locales para germinar lo que hoy representamos
en el Zulia.
El
mundo entonces era un hervidero, en septiembre de 1939, Alemania invade a
Polonia y esto hace que Gran Bretaña y Francia entren definitivamente en la
guerra. Italia con Mussolini a la cabeza entra en guerra en junio de 1940,
cuando recién se culminaban a toda carrera las primeras 19 casas de Ciudad
Ojeda. Alemania declara su victoria sobre Francia. Los primeros italianos que comienzan a poblar
a Ciudad Ojeda, comienzan a llegar después de 1940, venían despavoridos por
aquella locura que sobrecogía al mundo. España, ahora bajo el yugo franquista,
cerraba el ciclo de la república, luego de una cruel guerra civil que todavía
tiene heridas por sanar.
Podríamos
decir que la historia de esta ciudad es singular en casi todos sus aspectos. El
petróleo es y ha sido su gran motor socioeconómico. Si hiciéramos un ejercicio
de imaginación y desapareciéramos la explotación petrolera de nuestros
linderos, probablemente muchos de los pueblos y ciudades de hoy no existirían;
otros serían algo muy distinto de lo que hoy representan. Pero, Ciudad Ojeda,
estamos absolutamente seguros de que no existiría ni siquiera en la
imaginación. La razón es muy sencilla, Cabimas, Santa Rita y Los Puertos de
Altagracia existen en este mundo desde antes de la explotación petrolera.
Cabimas, por ejemplo, recién acaba de cumplir 264 años. La historia de Los
Puertos de Altagracia se remonta a 1529, y, Santa Rita, a 1799. Así que,
nuestra ciudad es la consecuencia del modelo de explotación petrolera iniciado
a comienzos del siglo pasado. También por ello nuestro modelo de desarrollo
local está fundamentado en el petróleo, este nos ha dado crecimiento económico,
demográfico y dinamismo productivo, no es por casualidad que la segunda zona
industrial construida en el Zulia, luego de la de Maracaibo, haya sido la
nuestra, en 1968. Que tengamos una especialización productiva en el área
industrial, lacustre y metalmecánica, como pocas en el país. Esto paradójicamente
nos ha hecho vulnerables y dependientes del negocio petrolero, de sus vaivenes
internacionales, de las políticas del Estado en materia energética, y más grave
aún, de las pulsiones alucinantes de cualquier gobernante, como en efecto
sucedió en 2009 con las expropiaciones a todo el acervo industrial privado
petrolero levantado a pulso por casi el mismo tiempo de fundada la ciudad.
Adicional, por si fuera poco, hemos de agregar el monumental impacto ambiental
que el petróleo nos ha dejado y que por razones de espacio no abordaré.
Un
tercer ciclo en el desarrollo local vendría a ser el iniciado precisamente
después de las expropiaciones petroleras citadas antes. En este la capacidad
económica de su autoridad local comienza a verse disminuida sustancialmente,
iniciando un periodo hasta nuestros días donde la composición del presupuesto, específicamente
el rubro de impuestos de industria y comercio, aquel que manifiesta la
fortaleza económica local, empieza a perder peso en la estructura financiera
municipal, es decir un claro retroceso en las capacidades de gestión. De este
modo los aportes presupuestarios nacionales ganan entonces terreno en la
composición del ingreso municipal, cuando precedentemente su peso era mucho
menor. Para que tengamos una idea del hecho, señalo, por ejemplo, que para
2008, el rubro del impuesto citado, representaba el 48.22% del presupuesto
municipal, y ya para 2010 se había reducido al 20,67%
En conclusión: el otrora
municipio financieramente sólido, es ahora presupuestariamente dependiente del
gobierno nacional por virtud de la brutal afectación a su infraestructura
industrial representada por las expropiaciones.
No
quiero adicionar al brete gubernamental mencionado, el colapso económico de
PDVSA y la recesión sufrida por el país durante varios años, porque sería
demasiado extenso el presente escrito, pero es comprensible que mucho tiene que
ver con el menguado estado del municipio Lagunillas.
De
pronto si nos proponemos un modelo similar al de ciudades alternativas que ya
se han visto en otras regiones de Venezuela, por ejemplo, es el caso de la gran
Caracas y las regiones aledañas, de Valencia y los municipios cercanos, o
quizás, Barquisimeto y Cabudare, y así tantos otros ejes urbanos. Mucho se
habrá escuchado hablar de las grandes ciudades del mundo que siempre terminan
por impulsar pequeñas ciudades a sus alrededores, modestos y medianos lugares,
apacibles y manejables, que consiguen tener el confort de la vida moderna y se
ahorran las complicaciones de las grandes concentraciones urbanas. Tal vez, se me ocurre pensar, pueda ser ese
nuestro futuro a largo plazo. Es preferible labrarse ese camino antes que el de
pueblo grande, medio fantasmal y arruinado, porque el motor económico que la
mueve ya no representa lo que en el pasado fue.
Reivindico
el realismo de sonar, el ensayo para la felicidad que a veces suele ser la
vida, el afán cotidiano de imaginarse un futuro donde la vida sea mejor y las
relaciones más justas, enriquecedoras, positivas y siempre en paz, y en
especial con un derecho que todo lo condiciona, el del acceso al conocimiento y
a la cultura como la base para el progreso.
Tengo
una ventana desde donde puedo ver pasar la gente por las calles en sus rutinas
interminables. A veces las veo apresuradas y agitadas, otras veces tranquilas y
serenas, como despreocupadas y entregadas al ir y venir de cada día. Seguro hay
de todo un poco, en fin de cuentas es la vida misma la que veo caminar desde mi
ventana. De vez en cuando me siendo a ver la ciudad, a escucharla también, a
oír sus quejidos, sus sonidos naturales y artificiales que fundidos en uno solo
tienen todos los pueblos y ciudades del mundo. Por esas calles que ahora veo
camina mi niñez, me atrapa el recuerdo escurridizo de mis años dejados en ella.
Toca también ahora imaginarla para empeñarse con optimismo en la construcción
de un futuro mejor.
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