Isabel Allende, escritora: “Las mujeres estamos en un momento de riesgo. La ultraderecha quiere a la mujer en la casa”
Rocío Montes Andrea Moletto
Santiago de Chile - 23 SEPT 2025
Isabel Allende, escritora: “Las mujeres estamos en un momento de riesgo. La ultraderecha quiere a la mujer en la casa”
Llega puntual, a las 11 de la mañana, a un salón del subterráneo de un hotel de Vitacura, en la zona oriente de Santiago de Chile. La escritora chilena Isabel Allende (83 años, Lima) hace seis años que no pisa su tierra -vive en Sausalito, California- y en este septiembre, cuando se asoma la primavera en la ciudad, lo hace para presentar su más reciente novela, Yo soy Emilia del Valle (Sudamericana). Es la historia de una veinteañera nacida en San Francisco, Estados Unidos, escritora y periodista, que llega a Chile a trabajar de reportera en medio de la Guerra Civil de 1891 y, de paso, descubre su identidad: su padre era chileno. A la protagonista de esta novela, Chile la atrapa. A Isabel Allende, también, aunque no viva en su país desde 1973, tras el Golpe de Estado de Augusto Pinochet. Lo contará en esta entrevista, donde muestra su conocida agudeza para pasar del humor a la política y a los temas trascendentales del ser humano, sin esquivar preguntas. Es lo que tiene ser la escritora en lengua castellana más leída de la actualidad. Aunque, de partida, se equivoca: “Me han entrevistado tanto que no tengo nada que decir”, dice al arrancar. Y, en ello, no tenía razón.
Pregunta. En la novela, Emilia del Valle
habla del concepto de “mujer buena”, ante el que ella se rebela, en el siglo
XIX. Más cómoda se siente con ser “una mujer mala”. Hoy, en 2025, ¿qué es ser
“una mujer buena” y una “mujer mala”?
Respuesta. Ya eso no se usa para nada. Todas
somos un poco malas y un poco buenas. Mientras más malas mejor, porque lo
pasamos mejor. La gente buena lo pasa pésimo. Y sobre todo las mujeres. En la
generación mía, cuando yo era joven, ser buena era ser mamá, ser fiel. ¡Qué
lata ser fiel! Era ser abnegada, trabajadora, paciente. Y las que lo pasaban
bien eran las otras, las que no tenían ninguna de esas cualidades. Yo estaba
siempre flotando entremedio, con unas ganas tremendas de ser mala pero, en el
fondo, buena mamá, esposa, buena hija. Una lata.
P. ¿Ahora tiene más libertad? ¿Se
convirtió usted en la mujer mala y rebelde que quería ser?
R. La vida me ha llevado a hacer
cosas que son poco usuales. Pero ahora que tengo la edad que tengo -83 años,
orgullosa de tenerlos-, hay una gran libertad. Lo que viene con la edad es la
libertad. Pero es una libertad que va mucho más allá de lo que tú quieres
hacer, porque ya lo que quieres hacer no es tanto. Es la libertad interior de
aceptarte, de no cargar con lastres, de ir dejando todo por el camino. Y eso es
maravilloso. Estaba comentando con unas amigas el otro día que hay muchos
defectos míos que todavía acarreo y de los que me tengo que librar para poder
tener una vejez mejor.
P. ¿Cuáles?
R. Uno de ellos es el orgullo. El
terror a la dependencia. No querer pedir ayuda. Y tengo que superarlo, porque
como decía mi mamá: “Hay que aprender a ser humilde para poder soportar las
humillaciones de la vejez”.
P. Pero a usted la vejez la tiene
fascinada.
R. Fascinada.
P. Ya iremos a ello, pero primero
queremos hablar del deseo. Es lo que en sus libros, en sus entrevistas, parece
que la moviliza, está ahí. Siempre habla de Antonio Banderas, pero, ¿no
cambiaría a Banderas un ratito por Pedro Pascal, el chileno más hot del
momento?
R. Cualquiera de los dos que me
hiciera el favor, estaría fantástico. Pero no hay ninguna esperanza. Ahora me
resigno al anciano que tengo [su marido, Roger Cukras].
P. ¿El deseo es un motor para usted?
R. Más bien un motor literario,
porque en la vida real es relativo. Yo me enamoro y me enamoro largo. Y en las
relaciones muy largas, el deseo se va matizando. Me preguntan mucho sobre este
asunto a esta edad, porque se supone que la gente vieja no tiene sexo, no tiene
deseo sexual. Y eso no es así, depende mucho de la salud y de la relación que
tienes con la otra persona. No se puede generalizar.
P. Emilia, la protagonista de su
novela, desea.
R. A esa edad, claro. A los 25 años,
todas desean. No sé ustedes, pero si no desean, es que les fallan las hormonas.
A los 25, lógico. Pero es diferente cuando vas envejeciendo.
P. Sus libros están marcados por
mujeres contra la corriente. ¿Por qué esta obsesión por las mujeres y,
particularmente, por las mujeres luchadoras y apasionadas?
R. La gente con sentido común y con
vida fácil no hace buenos personajes de novela. Los personajes que tú quieres
es gente en cierta forma marginal, diferente, única, que corre el riesgo, que
tiene sentido de la aventura. Si no, no hay historia. Si todo te sale bien, no
hay historia. Asisto a unas conferencias de escritores de viaje todos los años
y lo peor que le puede pasar a un escritor de viaje es que le vaya bien en el
viaje. Tiene que irle pésimo para poder escribir algo. Lo mismo con la novela:
elijo hombres y mujeres que son diferentes y que les pasan cosas, si no no hay
historia.
P. Pero especialmente mujeres. ¿Por
qué?
R. Porque he vivido toda mi vida
rodeada de mujeres extraordinarias. He trabajado para mujeres y con mujeres
toda mi vida. Las conozco muy bien. Pero también me gusta, de vez en cuando,
escribir sobre hombres y escribir, incluso, en la voz de un hombre. Cuando
terminé La casa de los espíritus me di cuenta que Esteban Trueba, el patriarca,
era un personaje detestable. Y pensé que había que acercarlo al lector y a la
lectora permitiéndole hablar con su propia voz. Y es el único que tiene
monólogos en el libro. Me encantó hacerlo: ponerme en el caso de cómo hablaría
mi abuelo, cómo hablaría mi padrastro. Ese macho autoritario antiguo, pero
buena gente en el fondo.
P. Mujeres como Melania Trump, concluimos, tienen nulas posibilidades de protagonizar uno de sus libros.
R. La verdad es que no la conozco,
pero ese tipo de personaje no me interesa tanto. Si voy a escribir sobre
alguien, prefiero a Inés de Suárez, que se atreve a cruzar el desierto, a venir
por amor hasta el culo del mundo, porque eso era Chile en ese momento. Es
fantástico.
P. Ha dicho que el tema de las
mujeres mayores la tiene encantada. Usted es una mujer que está acompañada,
pero muchas mujeres mayores están solas.
R. Y felices. Porque para tener que
cuidar otra próstata, mejor estar sola. Pero yo he vivido cada etapa de mi vida
con pasión, con interés por lo que me está pasando y por lo que le está pasando
a mi generación. Acabo de estar con Elizabeth Subercaseaux, Delia Vergara.
Todas somos mujeres de 80 y más. ¿Qué nos está pasando? Las que tenemos salud
estamos muy bien, porque es una etapa de curiosidad y de libertad. Ya no tienes
que hacerte cargo de tus padres, de tus hijos, ni de tus nietos. Tienes tiempo
y energía para las cosas que verdaderamente te apasionan. Para mí, es la
escritura. Mientras pueda escribir, estoy feliz. Y el hecho de estar acompañada
es importante, pero no necesariamente en una pareja.
P. ¿Y de qué forma?
R. Tener una comunidad, un clan,
familia, vecinos. Estar encerrada en la casa, tomando Tylenol porque te duele
la cabeza, es muy triste. Pero no tiene porqué ser así. Mi hermano Juan, que es
muy sabio, dice que hay una curva. Él le llama el tobogán de la vejez. Y el tobogán
es una curva suave en que vas envejeciendo, hasta que llegas a la vejez dura,
la ancianidad. Y ahí es cuando empiezas a depender y eso es abrupto. El ideal
sería morirse en ese momento. No tener que pasar por ese momento.
“Embarazada,
ignorante y en su casa, en lo posible”
P. ¿Cuáles son hoy los desafíos de
las mujeres?
R. Las mujeres estamos en un momento
de riesgo. Hay una vuelta a la extrema derecha, al fascismo también, que pone a
la mujer en un papel sometido, que quiere a la mujer en la casa. Se está
hablando mucho de la mujer tradicional. En Estados Unidos, con el asesinato de
Charlie Kirk, hubo una ceremonia en un estadio, donde estaba combinada la
política con la religión. Y la gente de rodillas en el suelo con los brazos
levantados, comparando a Charlie con un profeta, con un mártir, con Cristo.
Entonces, las mujeres tienen que tener mucho cuidado, porque las religiones son
todas patriarcales y todas quieren a las mujeres en una posición sometida. Es
muy fácil perder los derechos que uno puede haber adquirido a través de años de
lucha -de las abuelas, las madres- para poder llegar a tener lo que tenemos,
que no es todavía el fin del patriarcado. Seguimos viviendo en un patriarcado.
Pero podemos perder lo que tenemos. En Estados Unidos se perdió el derecho al
aborto, que era un derecho federal. Ahora depende del Estado y están tratando
de suprimir los anticonceptivos. Se trata de que la mujer esté embarazada,
ignorante y en su casa en lo posible.
P. ¿Cuánto le preocupa esto?
R. Me preocupa mucho, porque he sido
feminista desde los cinco años y he dedicado mi vida y mi fundación a apoyar a
las mujeres, invertir en el poder de la mujer.
P. “Tenemos que devolver a Dios a los Estados Unidos”, dijo Trump en el acto en honor a Charlie Kirk.
R. Y me da mucho miedo. Primero,
porque el Estado y la religión deben estar separados. Y porque esto también
significa un ataque contra la ciencia, contra la información, contra la
cultura, contra la educación.
P. Ha dicho que las mujeres, en la
ruta por la igualdad de derechos, avanzan y retroceden. ¿Por qué estamos
viviendo este retroceso?
R. Porque el movimiento de liberación
femenina es la revolución más importante que ha tenido la historia. Porque
hemos vivido por milenios en un patriarcado y las mujeres se levantan y
desafían las normas del patriarcado. Y como toda revolución, no tiene un
manual, no tiene un mapa, uno va avanzando a tientas, a ciegas. Cometemos
errores, retrocedemos. Viene el culatazo de retroceso y seguimos avanzando. Y
si no hemos logrado todo lo que queríamos, no es porque no lo hayamos hecho
bien, sino porque la lucha es muy larga y los obstáculos muy grandes. No nos
juzguemos con tanta dureza. Cuando hay un retroceso, se puede esperar. En
cualquier movimiento, de cualquier clase, pero sobre todo en una revolución.
“Tengo
una confianza tremenda en Chile”
P. Chile está a menos de dos meses de
las presidenciales donde están en juego proyectos políticos muy distintos. ¿Qué
tanto le preocupa el momento chileno?
R. No estoy informada como debería
estar. Y no vivo aquí, así que es muy difícil opinar. Pero visto desde afuera,
Chile es una democracia que tiene instituciones muy sólidas. Tiene una
Constitución, buena o mala, pero la gente se ciñe a la Constitución. Hay reglas
claras. Y tengo una confianza tremenda en Chile. Creo que somos un país de
centro, que cada vez que nos vamos a un extremo, las cosas se ponen feas.
Estamos buscando siempre que el péndulo deje de girar tanto y se coloque en el
medio, porque eso es lo que somos. Y creo que a nuestra democracia, después de
lo que hemos sufrido históricamente, la cuidamos mucho.
P. Aunque hoy en día, al menos según
las encuestas, los chilenos prefieren restringir las libertades en pos de la
seguridad.
R. Sí, porque la seguridad es un tema
muy importante. Restringir las libertades, pero seguramente no quieren una
dictadura. En Estados Unidos no tienen idea de lo que es un Gobierno
autoritario, no lo han vivido jamás. Entonces, se puede coquetear con la idea.
No saben lo difícil que es librarse de eso después.
P. La protagonista de su nuevo libro
encuentra a Chile dividido en medio de la Guerra Civil de 1891. ¿El Golpe de
Estado de 1973 siempre dividirá a los chilenos?
R. No creo que siempre, pero por
mucho tiempo.
P. ¿Chile sigue dividido en torno a
1973?
R. Yo creo que sí. Tiene que morirse
la última persona que vivió la experiencia para poder decir: es historia
antigua.
P. Emilia del Valle reflexiona en un
momento sobre Chile: “El país me halaba -la tiraba hacia sí- como si de manera
misteriosa yo perteneciera a él”. ¿Cuánto la hala a usted Chile?
R. Mucho. Escribo constantemente
sobre Chile o sobre gente que viene a Chile. Llevo más de 50 años fuera del
país, pero me preguntan, “¿de dónde eres?”. “De Chile”, respondo. ¿Por qué soy
de Chile? No sé, ni siquiera nací aquí. Nací en el Perú. Y pasé unos años,
cuando era chica, aquí en la casa de mi abuelo. Después mi mamá se casó con un
diplomático y empecé a viajar por todos lados. Pasé después unos pocos años
aquí casada, pero muy poco. Y después vino el golpe militar de 1973. Salir de
Chile, después ser inmigrante en los Estados Unidos. ¿Y por qué soy chilena? No
tengo la menor idea. ¿Y por qué me tira la tierra? No sé. Y la tierra que más
me tira es la del sur, que es donde más he ido.
P. La descripción del sur de Chile que hace Emilia del Valle es hermosa.
R. Cuando yo era chica, mi abuelo
tenía ovejas en una hacienda en la Patagonia Argentina. Y una vez al año, para
la esquila, se iba en tren hasta el sur, hasta donde llegaba la línea del tren,
de ahí en unas camionetas, después cruzaba la cordillera en mula y, al otro
lado, lo recibían unos gauchos argentinos y se lo llevaban para las haciendas.
Eran viajes de dos meses. Un año en que yo había tenido anemia, debo haber
tenido unos nueve, mi abuelo me llevó con él. Y ese viaje de la cordillera, de
los bosques, de los volcanes, fue inolvidable. Me marcó hasta hoy y ese es mi
paisaje.
P. ¿Y cuál es su Chile?
R. El de los afectos. Las amigas.
Tengo dos hermanas aquí, hermanas de alma. Una es Pía Leiva y la otra, Berta
Beltrán, la señora que trabajó con mi padre 41 años. Ella es mi hermana.
Entonces, esos afectos me tiran. Cuando nos abrazamos, lloramos. Aquí tengo a
las amigas de la revista Paula. Y lo otro impresionante: el cariño de la gente
en la calle. La gente me para, quiere un selfie, un abrazo. Eso ha sido desde
hace años.
P. ¿Le cuesta venir a Chile?
R. Me cuesta viajar. Me cuesta dejar
a Roger, para empezar. Y a la perra. Pero sí, me cuesta viajar, movilizarme y
no me gusta estar en hoteles. Una cosa que pasa con la vejez es que el tiempo
se achica, se acorta, en todo sentido. Antes podía hacer varias cosas
simultáneamente. Ahora, si no pongo atención, seguro se me va a quemar el arroz
mientras estoy haciendo otra cosa. En la escritura me demoro mucho más. Antes
en meses ya tenía armada la novela. Ahora no, me cuesta.
P. En el libro hace descripciones muy
graciosas y acertadas respecto de Chile. Por ejemplo, el clasismo.
R. Que todavía existe.
P. ¿Le sigue impresionando el
clasismo en Chile?
R. Y me revienta.
P.
¿Dónde lo nota?
R. Cuando yo era chica, lo sentía muy
fuerte. Y mis hermanos también, es curioso. Vivíamos en la casa de mi abuelo
donde había una línea invisible que dividía la parte en que estaba la familia y
se recibían las visitas, y los patios de atrás donde era otro planeta. Esa división,
esa injusticia social, me ha afectado toda la vida y me molesta muchísimo. Y la
veo en una especie de pituquería, que todavía existe. En el arribismo, en el
mostrar la plata. Eso antes no era así: existía la plata, pero no se mostraba
como ahora.
P. ¿Y cómo son las mujeres chilenas?
R. Recias. Las de ahora no sé, las
jovencitas, pero las mujeres que conozco son recias, aguantan mucho. Y son
fuertes. Fuertes y muy generosas. Generosas con los hijos, generosas con las
amigas. Se dan enteras. Como que ser femenina es ser abnegada. Que no nos
conviene para nada: hay que tener cuidado con la palabra abnegada.
“Por
amor uno hace cosas que no haría por miedo”
P. Habla de cuando usted era pequeña.
¿Qué valores y principios se deberían inculcar hoy a las niñas?
R. Los mismos que le inculqué a mi
hija Paula y a mi hijo Nicolás, a los dos por igual: un sentido de la decencia,
del honor, de la generosidad. De que mientras más tienes, más das. Las cosas
esenciales: del valor, del coraje para enfrentarte -cuando tienes miedo- a una
situación que te parece injusta. Esos valores que le di de chiquitos a mis dos
niños, se los daría a cualquiera, porque son eternos. Son los valores en los
que me crié yo.
P. Estamos perdidos en la sociedad
actual con respecto a estos valores que nombra.
R. No es porque los padres no quieran
darles eso, sino porque están bombardeados con las redes sociales y por una
desinformación, un consumismo tremendo, que no es de los padres, sino que es de
una sociedad que se ha desquiciado, verdaderamente.
P. ¿Usa redes sociales?
R. No, las usa mi oficina. Ellos
mantienen redes sociales. Pero yo no estoy pendiente de eso para nada, porque
si no me volvería loca.
P. Estamos viviendo realidades
complejas: una crisis climática, el retroceso de los derechos de las mujeres,
Gaza, las guerras, el avance de liderazgos peligrosos, la democracia amenazada.
¿Cómo dar esperanza en este contexto?
R. No puedo dar esperanza, porque eso
no se da. Pero puedo hablar de mi experiencia. Nací en la mitad de la Segunda Guerra
Mundial. En la época del Holocausto, de las bombas atómicas. No existían los
derechos humanos, no existían las Naciones Unidas. Había 50 millones de
personas desplazadas, solamente en Europa. Después de todo el horror que fue
ese tiempo, que fueron años espantosos en que surgió el fascismo, el comunismo,
el nazismo, vinieron muchas cosas buenas. Pasaron muchas cosas buenas después
de eso, la humanidad reaccionó. Entonces, como yo escribo novela histórica,
estudio el pasado. Y tengo una perspectiva un poco más amplia de lo que es la
humanidad y la vida. Si bien es cierto que hay momentos como el de ahora y como
el que fue entonces -muy graves, muy difíciles y que producen muchas muertes y
mucho dolor y mucha violencia-, el arco de la historia es hacia más progreso,
hacia más inclusión, más democracia. No retrocedemos. Parece que avanzáramos en
círculos, pero avanzamos en espirales.
P. ¿Cuáles son sus actos de
resistencia cotidiana?
R. ¿Mis vicios? Mi vicio es la
flojera, que la tengo que vencer a cada rato. Me levanto a las seis de la
mañana por disciplina, pero no porque quiera. Quisiera quedarme hasta las 11
echada para atrás comiendo bombones, pero me levanto porque mi abuelo me metió
eso en la cabeza: había que levantarse. Y voy al gimnasio todos los días.
¿Creen que voy contenta? Voy puteando al gimnasio. Me carga. Y vuelvo furiosa.
Pero lo hago.
P. ¿Y cómo sobrevive diariamente ante
las complejidades del mundo? ¿Con los chocolates, el vino, las películas, el
arte?
R. Yo creo que con el amor. He sido
una enamorada eterna y tengo la suerte de tener un marido reciente. No hay que
tener maridos de largo plazo.
P. ¿Cuántos años es largo plazo?
R. Yo no sé, yo creo que hay que
cambiarlos cada cierto tiempo. Y si no cambiarlos, por lo menos renovar los
votos. O sea, cambiar las normas de convivencia. He tenido la suerte de casarme
tres veces y, si vivo lo suficiente, capaz que me case una cuarta.
P. Emilia del Valle hace una
declaración de principios, a propósito de la guerra: “El amor puede ser más determinante
que el horror”. ¿Usted lo cree?
R. Sí. En De amor y de sombra escribí
una frase de la que me he arrepentido muchas veces: que la emoción más fuerte,
el sentimiento más poderoso, es el miedo. Pero yo creo que es el amor. Por amor
uno hace cosas que no haría por miedo. Y el amor más impresionante para mí,
siempre, es el de las mamás en todas las especies. No existiríamos como especie
si no fuera por esa increíble capacidad de amar de las madres.
 
 
Isabel Allende es única, excelente entrevista, donde queda una vez más expuesta su visión ante la vida clara y diáfana... y por supuesto su estupendo nivel literario en su mejor estilo!!
ResponderEliminarMuy buena , sus respuestas son las de una mujer muy clara con la interpretación de la vida.
ResponderEliminarMe han encantado las respuestas de Isabel Allende y coincido bastante con sus opiniones. Excepto con una. No solo avanza la ultra derecha. Avanza también el populismo de izquierda
ResponderEliminarMe gustaron mucho sus respuestas, la libertad y sabiduría que dan los años es evidente.
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