Este año nos mudaremos. (Relato)
PRIMER
CAPITULO 
LA TRAICIÓN
SEGUNDO
CAPITULO
LA LLUVIA CON SUS RECUERDOS 
–Este
año nos mudaremos, Ónix… –dice Albertina con determinación, con ese tono
pausado con el que se expresan las palabras queriendo asegurarse su certeza;
las dirige en la penumbra a su única compañía. Es la misma afirmación que
llevaba tiempo escuchando de Faustino, por eso ahora suena como una promesa
incumplida. Al principio pareció que continuaría la idea, quizás pretendiendo
una de esas conversaciones que surgen repentinamente anudándose posteriormente
a otras, pero claramente sabía que no tendría el modo de encontrar interlocutor
para ella, por eso, en su lugar, ayudándose con una de sus manos apoyadas en la
pared de la sala, tanteaba buscando una silla para situarla próxima a la puerta
principal, mientras con la otra, se zarandeaba uno de los bolsillones debajo de
la cintura, a su costado derecho, donde, enseguida, el entrechoque metálico de
un juego de llaves agitándose entre sus dedos, se escuchaba timbrando en el
ambiente, pareciendo querer decirle que ahí estaban, sin embargo, no era eso lo
que buscaba, era la cajetilla de cigarrillos hundida hasta el fondo de la
faltriquera la que procuraba con afán. 
Su
acompañante, impasible ahora cuando la lluvia comenzaba a transformarse en
tediosa garúa, apunta sus pupilas radiantes sobre ella, la observa desplazarse
con cautela entre las sombras, como jamás podrían hacerlo los ojos de gata
mansa de la mujer sobre su entorno. A él no pareciera importarle aquella
oferta, el sonido de aquellas palabras,
apenas concita en él una tímida oscilación en su semblante, un dejo de
impotencia que podría interpretarse como: “yo
qué puedo hacer, Albertina, no tengo modo de decidir sobre ello”. 
TERCER
CAPITULO
EL VALOR DE UNA PROMESA
El
año pasado, quizás por estas mismas fechas, entre abril y mayo, cuando
arrancaban las primeras lluvias de la temporada, y entonces las tempestades se
anunciaban con ese bramido fantasmagórico del viento golpeando como siempre los
cuatro costados de la vivienda, Faustino le repitió la misma promesa de cada
invierno: “Albertina, este año nos
mudaremos”. Fue tan convincente que
nuevamente volvió a creerle, se quedó mirándole a los ojos sin pronunciar
palabras, simplemente asintiéndole con aquella sonrisa discreta que apretaba
sus labios conteniendo la emoción, mientras el humo del cigarrillo que ambos se
compartían, les nublaba los rostros como si estuviesen dentro de una nube. Algo
le decía en su interior, en sus corazonadas de mujer ya entrada en edad que,
ahora, por segunda vez, después de veinte años atrás, cuando llegó a creerle
devotamente, sí parecía de verdad que se mudarían. Esta ocasión no la apreciaba
como las veces anteriores, como cuando le repetía el propósito conyugal sin que
nada al final sucediese. Por eso llegó a creerle de igual modo en que lo hizo
hace tanto tiempo. No llegaría a imaginarse que sería la última oportunidad en
que lo hiciera. De eso hacía justo ahora un año. “A lo mejor fue sólo por
hablar, como todas las veces anteriores, sabiendo de antemano que nunca
cumpliría la promesa de cada año”. Pensó, mientras raspaba la cerilla para
encender el cigarrillo que poco antes se requería de entre el bolsillón. 
–Ónix…
¿Qué sería de las promesas, si no hubiera quien las creyera? –se preguntó en
voz alta sin pretender respuesta. 
CUARTO
CAPITULO
YO SI TENGO PALABRA
–Si
uno supiera, Ónix, si pudiera uno ver un poquito de futuro, qué cosas no
evitaría y qué otras no haría. En qué creería y qué no. No andaría uno a
ciegas, como estamos ahora –dijo de pronto, hablando como si Ónix la
comprendiera, como si fuera capaz de descifrar aquella reflexión inspirada en
la noche de hace un año. Éste la miraba, la seguía en sus gestos; en las
bocanadas que lanzaba perezosas al recuerdo flotando en las tinieblas; en el
gemido que se contenía en su pecho cuando expresaba aquellas palabras laceradas
por el engaño. Él, contrario a ella, sí podía verla en aquella lobreguez con
razonable claridad. 
–Este
año nos mudaremos, Ónix –volvió a repetirle, como si de aquel modo Faustino,
desde quién sabe dónde, le dijera nuevamente, como durante veinte años estuvo
prometiéndole. 
Ónix,
entonces, ladeó su hocico, sacudió su trompa gruesa y lanzó un ladrido ronco
que ella corrió a celebrar acariciando el lomo de su cuerpo. 
–Yo
sí tengo palabra, Ónix, nunca sería capaz de engañarte.
FIN
 
 
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