Por Edinson Martínez
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Hace más 50 años comencé a escribir mis primeros artículos, lo hacía con dos dedos, como un zancudo pinchando torpemente aquí y allá las teclas en una de esas maquinitas
Brother muy comunes en la época, más tarde, me hice un experto con ambos dedos hasta que, culminando el bachillerato, fui al INCE (Instituto de Cooperación Educativa), ese maravilloso instrumento de formación y capacitación fundado por el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa en 1959. Durante unos meses acudí a sus instalaciones para aprender con todas las de la ley la mecanografía. Todavía en aquellos tiempos dictaban clases de taquigrafía...
Afiebrado por la política, ese
sarampión que en mi adolescencia se extendía como la verdolaga, recuerdo haber
escrito uno de esos artículos iniciales relacionados con la Nacionalización del
Hierro en 1975. Lo escribí con varios pliegos de papel carbón entre las hojas para tener el
mayor número de ejemplares posibles, y lo fui haciendo varias veces para aumentar de ese modo su
número. A los más jóvenes que leen esta breve nota les recuerdo que para esa
fecha no existían centros de fotocopiado ni fotocopiadores a la mano, acaso un multígrafo,
una novedad nada disponible para un liceísta de entonces. Más adelante, cuando la
confrontación política, además de una refriega esporádica, se dirimía en ardorosas discusiones, nos estrenamos haciendo
comunicados en "bateas", especie de bastidores tensados sobre los
cuales se colocaba un stencil con la
transcripción para reproducirla en serie de forma manual, eran reproducciones
de muy mala calidad, pero servían para los fines de difusión masiva. Desde
entonces no he parado en el oficio de escribir. Ahora ya no escribo esos comunicados, ni panfletos, tampoco mariposas ni periodiquitos para reparto entre trabajadores, estudiantes, o simplemente residentes de un vecindario, y menos documentos para debate político, como fue la costumbre
por décadas en el movimiento político donde milité durante buena parte de mi
vida. Ahora escribo lo que siempre quise, textos narrativos, ensayos, crónicas,
y a veces, muy esporádicamente, como ejercicio lúdico con las palabras, unos
versos sencillos sin mayores pretensiones, porque, con seguridad, no pasarían la criba
de los buenos lectores de poesía y menos de la academia.

Con mis afanes literarios he recorrido parte del país en sus principales ciudades, he visitado librerías, bibliotecas públicas, centros educativos y en algunos casos conversado en sencillas reuniones de personas promovidas por conocidos y amigos, a veces me he conseguido con una asistencia razonable, pero las más de las ocasiones, con una modesta comparecencia. Nadie me ha pidió ni sugirió que iniciara tales recorridos, fueron vainas mías, una decisión apenas madurada a la que me entregué con la misma devoción de mis tiempos de activista. Tal vez no pueda cambiar el mundo con el peso de las palabras que llevo en cada ocasión, ni consiga empujar el cauce de los ríos con mi prisa intentando que las personas se interesen por la lectura…, ¡no importa! Con una sola de ellas que se sume a esta nueva utopía a la que me acojo, será para mi una satisfactoria labor, una misión cumplida, porque será una huella, aun siendo solitaria, la muestra palpable de una devoción asentada en aquello que parece un vacío.

Mario Vargas Llosa, según
se comentó a su muerte, aconsejó en una especie de carta testamentaria a su
nieto, quien aspira a seguir sus pasos literarios, sobre los desafíos del
oficio de escribir. La carta sería un legado de sabiduría que refleja su
comprensión del mundo de la literatura. En ella, al parecer, le dice a su
nieto que el éxito es una casualidad, y que lo que le espera en esta carrera es
sacrificio, incluso la frustración. “Si eso es lo que quieres, hazlo”, le
escribió
He pensado en dicha
aseveración, quizás sea cierta, sin embargo, nada impide que por los turbulentos
confines en los que vivimos, tentemos con enorme pasión esa casualidad que todo
autor aspira.
Siento que la literatura
es una magia, un despliegue prodigioso del intelecto con el que se crea de la
nada la oportunidad o el hecho azaroso mediante el cual dos personas sin
conocerse, intiman de tal modo, que los pensamientos más secretos y las
cavilaciones más extraordinarias, son entregadas sin importar la época, el
sexo, la ideología o la creencia religiosa a quienes luego serán capaces de
quedarse pensando en lo que han leído de este desconocido.
Y todas estas historias que cobran vida en la imaginación de los lectores, nunca podrían trascender a sus autores si ellas se quedan entre unos pocos, la literatura cumple su cometido si logra transformarse en una vivencia colectiva, y, justamente esa, es la más codiciada aspiración de todo escritor. Así que, en esta breve nota de cierre de año, aprovecho para expresarles mi gratitud por leerme, por escribirme algunos de ustedes su parecer como palmaria constancia de que no somos invisibles ni lo que escribimos navega en las procelosas aguas del mar de la indiferencia en una botella con un texto dentro. Mi infinita gratitud a todos ustedes, porque no hay historia sin vuestra lectura.
Mil gracias a todos.
Ciudad Ojeda, 15 de diciembre del 2025
Las gracias son a ti, por llevarnos por el maravilloso camino de la narrativa. Gracias mil por atraparlos desde el primer momento en que se lee cualquiera de tus obra,
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